Este capítulo analiza la evidencia sobre las brechas de género en los resultados económicos en el Perú y discute los factores que las impulsan. Comienza con una visión general de las brechas de género en los resultados educativos y del mercado laboral en diferentes dimensiones (tasas de matriculación y deserción, resultados de competencias, junto con la participación en el mercado laboral, brechas salariales de género y las interacciones entre la maternidad y acceso a calidad laboral). Luego, analiza los principales factores que contribuyen a estas brechas (trabajo doméstico y de cuidados no remunerado y desequilibrado, acceso a los centros de atención, actitudes y estereotipos basados en el género y barreras legales). Además de comparar al Perú con otros países de América Latina y de la OCDE, este capítulo aborda la articulación de las diferencias de género entre grupos socioeconómicos (diferencias urbanas y rurales, entre niveles educativos, etarios y niveles de ingresos).
Igualdad de género en el Perú
1. Brechas de género en el Perú: Una comparación internacional y subnacional
Abstract
En el Perú, al igual que en otras partes de América Latina y en todo el mundo, hombres y mujeres no comparten condiciones de trabajo remunerado y no remunerado en igualdad. Las mujeres tienen menos probabilidades de trabajar, y de hacerlo a tiempo completo, a cambio de una remuneración. En cambio, suelen pasar más horas cuidando a los niños y a los familiares mayores, realizando las tareas del hogar, comprando comida, etc. Cuando trabajan, tienden a estar sobrerrepresentadas en el mercado laboral informal. Un rasgo importante del Perú es la fuerte polarización que existe entre mujeres y hombres sobre el tiempo que realizan actividades laborales remuneradas y no remuneradas. Por un lado, en promedio, las mujeres peruanas dedican 24 horas más por semana a tareas no remuneradas que los hombres. Por otro lado, los hombres peruanos dedican 21 horas semanales más a actividades laborales remuneradas que las mujeres. El principal objetivo del Capítulo 1 es, entonces, enfocarse sobre las fuerzas impulsoras de esta marcada divergencia en la distribución por género del trabajo remunerado y no remunerado en el Perú.
En los países de la OCDE, en el Perú y América Latina en general, la distribución desigual de las horas de trabajo y de las categorías de trabajo se relaciona con un amplio conjunto de fuerzas interdependientes. Los ejemplos clave de interacciones son la distribución relativa de los resultados educativos y del mercado laboral entre hombres y mujeres. Dichos resultados económicos están influenciados, a su vez, por un conjunto complejo de actitudes y estereotipos de género. Además, el carácter interseccional de los factores es muy importante, debido a que las desigualdades de género varían ampliamente entre grupos: generaciones más jóvenes y mayores, áreas urbanas y rurales, poblaciones indígenas y no indígenas, parejas y familias monoparentales.
Este capítulo presenta una revisión sistemática de estas interacciones, situando al Perú en una perspectiva comparativa internacional. Comienza con una revisión de las brechas de género en los resultados educativos y laborales, junto con una discusión sobre las tendencias de distribución de tiempo e ingresos, buscando distinguir las áreas en el Perú en las que se han presentado avances y aquellas donde los logros han sido menos visibles o apenas visibles. Luego, el capítulo analiza los indicadores internacionales de bienestar y brechas de género que captan la influencia de estereotipos y discriminación.
En las últimas décadas, las brechas de género en los resultados educativos y del mercado laboral se han reducido en el Perú. Algunas de estas diferencias, como la proporción de graduados universitarios en carreras STEM y la tasa de empleo, son actualmente menores que en otros países de América Latina y en toda la OCDE. En otros indicadores, como el ingreso laboral medio, por ejemplo, son mayores, lo que deriva en resultados menos favorables en el empleo remunerado entre las mujeres en comparación con los hombres. Los principales factores de estos desarrollos son la mayor carga de trabajo no remunerado de las mujeres y las actitudes conservadoras aún generalizadas con respecto a los roles respectivos de hombres y mujeres para una proporción relativamente alta de la población. Aunque las reformas han eliminado en gran medida las barreras legales para la participación igualitaria de las mujeres en el mercado laboral en el Perú, continúan estando fuertemente representadas en el mercado laboral informal.
Esta sección primero presenta las brechas de género en los resultados educativos y del mercado laboral en diferentes dimensiones y luego analiza la contribución del trabajo no remunerado, las actitudes, el entorno legal y otros factores para estas brechas. Además de comparar los resultados y los factores en el Perú con otros países de América Latina y de la OCDE, también analiza las diferencias subnacionales siempre que sea viable.
Brechas de género en los resultados educacionales y del mercado laboral
Educación
Existe una amplia cantidad de investigaciones y literatura que se centra en la importancia de la educación para las personas y la sociedad. Estas demuestran que los individuos con mayores niveles de educación típicamente tienen mayores probabilidades de estar empleados, obtener mayores ingresos (OECD, 2019[1]) y ser más saludables (Conti, Heckman and Urzua, 2010[2]; Dávila-Cervantes and Agudelo-Botero, 2019[3]). A nivel social, el retorno de la inversión en educación refleja principalmente una mayor contribución al crecimiento productivo generado por una mano de obra más educada (Mincer, 1984[4]).
En el caso de las mujeres, estos beneficios son aún mayores, reflejando el doble efecto de la educación sobre los ingresos. Por un lado, la educación aumenta las habilidades, la productividad y las oportunidades de ingresos, como lo hace para los hombres (Woodhall, 1973[5]; Montenegro and Patrinos, 2014[6]). Además, contribuye a reducir la brecha de ingresos entre hombres y mujeres atribuible a la discriminación (Dougherty, 2005[7]). Más allá de estos efectos beneficiosos, las ganancias también se materializan en términos de disminución de la mortalidad infantil y embarazos no deseados. Es importante destacar que la redistribución intergeneracional mejorará, debido a que una mayor educación de las madres generalmente conducirá a mejorar la salud y los resultados educativos de sus hijos, incluso cuando se toman en cuenta la educación del padre y los ingresos del hogar (Schultz, 1993[8]). Aunado a ello, los niveles más altos de educación para las niñas representan la piedra angular de una voz y representación política más poderosas, al hacer que las mujeres se sientan más empoderadas para hablar y manifestar sus necesidades y aspiraciones (Marcus and Page, 2016[9]).
La evidencia para el Perú corrobora estos patrones al mostrar que los retornos a la educación son más altos para las mujeres que para los hombres, incluso para completar la educación primaria (Montenegro and Patrinos, 2014[6]). Asimismo, un análisis reciente que utiliza datos longitudinales cualitativos del estudio Young Lives en el Perú encuentra que un mayor acceso a la educación superior actúa como un impulsor clave para una identidad personal más fuerte, así como para la independencia económica de las mujeres jóvenes solteras sin hijos (Guerrero and Rojas, 2020[10]). Las mujeres jóvenes cualificadas, que cuentan con un certificado profesional, pueden valerse por sí mismas y tener un mayor sentido de autonomía en comparación con sus madres de edad similar, que generalmente dedican más tiempo a las ocupaciones tradicionales del hogar y el cuidado. Sin embargo, el análisis también concluye que la educación no desafía significativamente las normas de género predominantes que definen a las niñas y mujeres jóvenes como cuidadoras naturales.
Recuadro 1.1. Los beneficios de una división más equitativa del trabajo remunerado y no remunerado entre hombres y mujeres
Las personas que trabajan fuera de casa generalmente tienen un mayor grado de independencia económica de sus parejas y otros miembros de la familia en comparación con aquellas que no lo hacen. El trabajo doméstico y de cuidados no remunerados también es valioso, pero en general no obtiene el mismo reconocimiento que otras actividades. En países donde la carga de trabajo no remunerado es desproporcionadamente mayor, las mujeres generalmente cuentan con empleos a tiempo parcial o vulnerables y a menudo mal remunerados (Ferrant, Pesando and Nowacka, 2014[11]). Esto se debe a que una elevada carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, suele implicar que las mujeres no puedan encontrar una ocupación correspondiente a su nivel de cualificación a tiempo parcial, lo que disminuye la calidad del empleo e ingresos (Connolly and Gregory, 2008[12]).
Por el contrario, una división equitativa de las responsabilidades del trabajo no remunerado puede ser beneficiosa para toda la familia. En la medida en que una distribución más igualitaria del trabajo no remunerado reduzca las horas de trabajo total de las mujeres –en particular en lo que respecta a las tareas que se consideran menos deseables, a saber, las tareas domésticas y el cuidado de los dependientes–, puede reducir sus niveles de estrés (MacDonald, Phipps and Lethbridge, 2005[13]). Un estudio sobre las familias británicas sugiere que las parejas en las que los hombres se encargan más de los cuidados no remunerados y otras labores domésticas tienen menos probabilidades de divorciarse (Sigle-Rushton, 2010[14]). Los efectos negativos de una distribución desigual del trabajo no remunerado en la calidad del matrimonio son particularmente fuertes cuando las parejas no están de acuerdo sobre cuán igualitario debe ser un matrimonio (Ogolsky, Dennison and Monk, 2014[15]). Los hombres que pasan más tiempo con sus hijos pueden tener una mayor satisfacción con la vida, y sus hijos pueden tener mejor salud mental y física, y un mejor desarrollo cognitivo. Sin embargo, no está claro si estos resultados se deben a factores de confusión, los cuales no están incluidos en esos estudios (WHO, 2007[16]).
El bienestar de las personas puede aumentar aún más si se reducen las horas totales de trabajo doméstico no remunerado. Cuando una proporción cada vez mayor de la población puede acceder a servicios públicos estables (como suministro de agua corriente y electricidad) y a electrodomésticos que ahorran trabajo (como las lavadoras de ropa) y, por tanto, se necesita de menos horas para las labores domésticas, se reduce la falta de tiempo y aumentan las opciones y el bienestar. En consecuencia, en países con niveles de PBI más elevado, se disminuye la cantidad de horas dedicadas al trabajo no remunerado, lo cual beneficia en particular a las mujeres (Ferrant and Thim, 2019[17]).
Es probable que la mayor participación de las mujeres en el trabajo remunerado aumente el crecimiento económico. El impacto sería mucho más que un “truco” contable en donde se sustituye el trabajo no remunerado por trabajo remunerado: las estimaciones basadas en la encuesta de uso del tiempo sugieren que, en el Perú, el trabajo doméstico no remunerado significó el 20,4% del PBI del año 2010 (INEI, 2016[18]). La mayor participación de las mujeres en el mercado laboral sustituiría actividades de menor valor agregado por otras de mayor valor y aumentaría el inventario de capital humano empleado. Dado que las jóvenes universitarias graduadas superan en número a sus homólogos masculinos, es más urgente utilizar plenamente su capital humano. Además, la investigación a nivel de empresa sugiere que los equipos que son más diversos pueden ser más cohesivos e innovadores. Por lo tanto, traer más mujeres al mercado laboral, incluso a puestos gerenciales, podría fortalecer el crecimiento de la productividad.
Los niveles de logro educativo en el Perú han aumentado considerablemente de una cohorte a la siguiente, con ganancias particularmente grandes entre las mujeres. En 2017, cerca del 37% de los hombres y el 50% de las mujeres de 55 a 64 años en el Perú tenían menos de un título secundario superior (Figura 1.1). Entre los adultos jóvenes que habían ido a la escuela tres décadas después, la misma proporción se había reducido a alrededor del 15% para los hombres y alrededor del 21% para las mujeres. Al mismo tiempo, la proporción de alumnos con logros en la escuela secundaria (aquellos que completaron un plan de estudios de educación superior y postsecundaria) aumentó cerca de 19 puntos porcentuales entre las mujeres, mientras que el aumento se aproximó a 17 puntos porcentuales entre los hombres. La proporción de graduados en educación terciaria había aumentado en 5 puntos porcentuales para los hombres y 11 puntos para las mujeres en el grupo de edad de 25 a 34 años, en comparación con el grupo de edad de 55 a 64 años.
Sin embargo, los resultados de un estudio cualitativo sugieren que las cifras promedio ocultan diferencias importantes entre los grupos de ingresos. En particular, la tendencia a priorizar la educación postsecundaria de los niños sigue siendo dominante entre las familias de bajos ingresos en el Perú, mientras que el grueso de las tareas domésticas sigue recayendo principalmente en las niñas y mujeres (Rojas, Guerrero and Vargas, 2016[19]). Esto demuestra que en contextos de alta pobreza muchos padres aún ven la educación como un motivo de preocupación, debido a que asistir a la escuela puede distraer a sus hijas de las tareas del hogar.
Hoy en día, en todos los niveles de educación preescolar a secundaria superior, las tasas peruanas de matrícula de niños y niñas son esencialmente las mismas (Figura 1.2). El analfabetismo entre los adolescentes mayores de ambos sexos prácticamente ha desaparecido; para los niños y niñas de 15 a 19 años, la tasa de analfabetismo se aproxima a medio punto porcentual. Entre los grupos de mayor edad, por el contrario, las mujeres tienden a ser analfabetas con mayor frecuencia, y la brecha aumenta hasta 18,7 puntos porcentuales entre las personas mayores de 60 años (INEI, 2019[20]).
Sin embargo, aunque la proporción de niñas y niños que asisten a la escuela primaria es similar en todas las regiones de Perú, a nivel de secundaria existen diferencias importantes. En 2018, alrededor del 94% de niñas y niños de 6 a 11 años tanto en áreas urbanas como rurales estaban matriculados en la escuela primaria (INEI, 2019[21]). En contraste, la tasa de matrícula de 12 a 16 años fue alrededor de un 10% más alta en las zonas urbanas que en las rurales (87,2% frente a 79,1%). De manera similar, el 87,2% se matriculó en la costa frente al 84,6% y el 77,1% en la sierra y la selva, respectivamente (INEI, 2019[22]). A pesar de las tasas netas de matrícula relativamente similares, entre las y los adolescentes en edad de asistir a la escuela secundaria superior, una mayor proporción de niñas en el Perú no asiste al colegio (Figura 1.3). En cambio, en muchos otros países de América Latina, la tasa de no escolarizados es mayor entre los niños.1
Uno de los factores que contribuyen a la deserción escolar de las niñas en el Perú son los embarazos adolescentes (UNESCO, 2014[23]; OECD, 2019[24]). En el Perú, el 6,8% de las niñas de 15 a 17 años estaban embarazadas o eran madres en 2018. La tasa es más del doble en las zonas rurales que en las urbanas (11,9% frente a 5,3%), que va del 3,0% en Cusco al 22,4% en Loreto. A los 18 o 19 años, casi una de cada dos niñas (47%) que viven en áreas rurales son madres o están embarazadas por primera vez, lo que se compara con un promedio nacional de casi una de cada cuatro adolescentes (22,5%) (MINEDU, 2019[25]). Un punto positivo es que la tasa de fecundidad adolescente en el Perú está por debajo del promedio de América Latina y el Caribe, y es el segundo más bajo de América del Sur después de Chile. Sin embargo, también cabe señalar que la tasa regional es superada solo por la región del África subsahariana (PAHO, UNFPA and UNICEF, 2017[26]).
Otro factor que puede influir en el logro educativo se relaciona con las obligaciones laborales de las y los adolescentes fuera de la escuela. En el Perú, independientemente de su sexo, poco más de uno de cada cuatro niños, niñas y adolescentes de 5 a 17 años trabaja. En las zonas rurales, la proporción es casi cuatro veces mayor (57,7%) que en las zonas urbanas (14,7%) (MINEDU, 2019[25]). Como se analiza más adelante, la carga de trabajo total (remunerada y no remunerada) de las adolescentes supera a la de los adolescentes varones. A su vez, esto tiene implicaciones importantes en los logros escolares, como lo demuestra el hecho de que los estudiantes peruanos de sexto grado que trabajaban obtuvieron peores resultados en una prueba estandarizada tanto en lectura como en matemáticas, a partir de una hora de trabajo por día. En otras partes de la región de América Latina, los efectos negativos en su mayor parte solo son evidentes a partir de tres horas de trabajo por día (Chile, Colombia y Ecuador, por ejemplo) (Post, 2011[27]).
Las evaluaciones entre estudiantes y adultos muestran la presencia de brechas de competencias de género. Según el Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de la Población Adulta de la OCDE (PIAAC), las mujeres en el Perú tienen un promedio de alfabetización levemente superior al de los hombres. Lo contrario es cierto para las competencias numéricas (OECD, 2019[28]). Estos resultados reflejan los hallazgos basados en el estudio del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA): para las niñas de 15 años, la proporción de bajo rendimiento fue más significativa en las secciones de lectura y más alta en las secciones de matemáticas y ciencias que la observada para los hombres (Figura 1.4). En diferentes materias, el puntaje promedio de los y las estudiantes peruanos es un poco menos de 90 puntos por debajo del promedio de la OCDE (OECD, 2018[29]), un valor que corresponde a las competencias típicamente adquiridas durante tres años escolares, según algunos estudios (OECD, 2019[30]). En parte, esta brecha no sorprende, considerando que el PBI per cápita representa el 44% de la variación en los puntajes promedio de lectura de PISA. Sin embargo, los y las estudiantes peruanos también tienen un rendimiento inferior al de varios países con niveles similares de PBI per cápita, como Costa Rica y Colombia (OECD, 2019[30]). Mejorar la calidad de la educación y, como resultado, las habilidades cognitivas sería una gran ayuda para el crecimiento económico (Hanushek, 2013[31]).
La brecha de competencias en matemáticas y ciencias entre los adolescentes se refleja en las elecciones posteriores de educación y ocupación de las mujeres. Una cuarta parte de las mujeres graduadas de educación terciaria en el Perú tiene un título STEM en comparación con mucho más de un tercio de los hombres graduados de educación terciaria (Figura 1.5). Sin embargo, es importante señalar que, si bien es notable, el alcance de la brecha es notablemente menor que en otros países de América Latina y en promedio en la OCDE. Existen varias explicaciones para las diferencias de rendimiento en materias cuantitativas entre niñas y niños, y para la menor orientación de las mujeres hacia ocupaciones STEM. No obstante, el hecho de que las diferencias de puntuación en las pruebas de matemáticas sean insignificantes entre los niños pequeños (Kahn and Ginther, 2018[32]), es un indicador que sugiere que los estereotipos de género juegan un papel importante en la configuración de las diferencias observadas más adelante durante el currículo escolar, tanto en resultados como en preferencias (Nollenberger, Rodríguez-Planas and Sevilla, 2016[33]). El Capítulo 2 de este informe analiza cómo la educación sensible al género puede apoyar a reducir los estereotipos de género.
Empleo
Una proporción cada vez más alta y creciente de adultos en el Perú trabaja por un salario. En 2020, cerca de seis de cada diez mujeres y más de siete de cada diez hombres de 15 a 64 años estaban empleados (Figura 1.6). Estas tasas son más altas que en otros países de América Latina, aunque todavía un poco por debajo de los países de la OCDE, y representan aumentos de 9,4 y 3,7 puntos porcentuales, respectivamente, en comparación con 2002. La brecha de género en la participación laboral difiere según los grupos de edad y los niveles educativos. Aumenta con la edad, de 10,2 puntos porcentuales entre 14 y 24 años, a 17,7 puntos porcentuales entre 25 y 44 años, y 26,7 puntos porcentuales entre 45 y 64 años, según cifras de 2018 (INEI, 2020[34]). Sin embargo, esta brecha creciente entre grupos de edad solo es observable en áreas urbanas, mientras que permanece constante en alrededor de 15 puntos porcentuales en áreas rurales. Entre las mujeres que se graduaron de la escuela secundaria superior y la universidad, el 80% y el 90%, respectivamente, participan en el mercado laboral, mientras que la misma proporción entre aquellas con niveles más bajos de educación formal es inferior al 50%. Este patrón es similar al de otros países de América Latina (ECLAC/ILO, 2019[35]).
Al igual que en otros lugares, uno de los factores que contribuye a muchas mujeres a retirarse (al menos temporalmente) de la fuerza laboral es la maternidad. En el Perú, la tasa de empleo de las mujeres con hijos menores de tres años es aproximadamente 10 puntos porcentuales inferior a la de las mujeres con niños pequeños mayores, que a su vez es alrededor de 8 puntos porcentuales inferior a la tasa de las madres con hijos en edad escolar (Figura 1.7). Una evaluación internacional reciente de los vínculos entre la maternidad y los resultados del mercado laboral en cuatro países latinoamericanos (Chile, México, Perú y Honduras) revela que la maternidad reduce la oferta laboral de las mujeres e inclina las opciones ocupacionales hacia trabajos más flexibles, como trabajos a tiempo parcial, trabajos independientes y contratos laborales informales (Berniell et al., 2021[36]). Los autores resaltan que estos efectos se producen inmediatamente después del parto y tienden a persistir a medio o largo plazo. Dado que los resultados laborales de los padres no se ven afectados, estos hallazgos revelan que la maternidad desencadena la polarización de los mercados laborales y es más probable que los trabajos de calidad sean una prerrogativa de hombres y mujeres que tienen más probabilidades de trabajar en empleos de baja calidad.
Aunque la tasa de empleo femenino es más alta en el Perú que la observable en Chile, Colombia y Costa Rica, las mujeres suelen estar empleadas en trabajos de baja calidad. Por ejemplo, el nivel de la tasa de empleo a tiempo parcial, que en el Perú supera con creces las proporciones observadas en otros países de América Latina y en toda la OCDE, es particularmente pronunciado entre las mujeres (Figura 1.8, Panel A). En consecuencia, solo la mitad de las trabajadoras trabajan a tiempo completo en el Perú. Además, la gran mayoría de mujeres y hombres trabajan de manera informal en el Perú. Con un 67% para los hombres y un 75% para las mujeres trabajadoras, respectivamente, las tasas de empleo informal son significativamente más altas en el Perú que las observadas en Chile y Costa Rica y (para las mujeres) en Colombia (Figura 1.8, Panel B).
La informalidad está más extendida fuera de Lima Metropolitana y en las zonas rurales. En Lima, alrededor de cinco de cada diez hombres y seis de cada diez mujeres trabajadoras están empleados informalmente, en comparación con alrededor de ocho a diez en el resto del país. En las zonas rurales, casi todos los trabajadores están empleados informalmente: 94,8% de hombres y 96,6% de mujeres trabajadoras (INEI, 2020[34]). A pesar de estos altos niveles, se puede observar una tendencia hacia la formalización, con el promedio nacional de Perú mostrando que en 2018 la proporción de hombres y mujeres empleados informalmente fue unos 8,9 puntos porcentuales inferior a la de 2009 (ILO, 2020[37]). Esto continúa un patrón observable desde principios de la década de 2000 y que revirtió algunos de los aumentos que tuvieron lugar en los 20 años anteriores (Chong, Galdo and Saavedra, 2008[38]; Centro Nacional de Planeamiento Estratégico, 2016[39]).
En el Perú, la tasa de trabajo independiente es menor entre las mujeres que entre los hombres, aunque la brecha es muy pequeña y menor que en otros países de la región (Figura 1.9, Panel A). Dicho esto, en el Perú la participación de las mujeres supera el promedio regional en 10 puntos porcentuales. Además, la proporción de empleadores entre las mujeres empleadas es la mitad de la proporción entre los hombres (Figura 1.9, Panel B).
En 2018, el 73,6% de las empresas peruanas declararon estar constituidas, según organización jurídica, como personas naturales, lo que excluye otras empresas registradas como sociedades anónimas y empresas de responsabilidad limitada, así como empresas no registradas. Entre este subconjunto, prácticamente todas son microempresas, ya sea que estén dirigidas por un hombre o por una mujer (INEI, 2019[40]). En el Perú, la proporción entre quienes inician un negocio porque han identificado una buena oportunidad frente a quienes lo hicieron por necesidad es mayor entre los hombres que entre las mujeres emprendedoras (Serida et al., 2017[41]). El 4,7% de los presidentes ejecutivos o directores generales son mujeres (CENTRUM PUCP, WomenCEO Perú and PwC Perú, 2018[42]).
Las ocupaciones caracterizadas por un mayor porcentaje de mujeres trabajadoras generalmente pagan menos que las ocupaciones con un porcentaje más bajo, incluso controlando las demandas de educación y competencias. El análisis empírico de las razones que subyacen a esta asociación se ha centrado en dos perspectivas socioeconómicas diferentes: “devaluation” y “queuing”, las cuales apuntan a un tipo de discriminación por parte de los empresarios (Levanon, England and Allison, 2009[43]). Según el primero, devaluation, la remuneración ofrecida en una ocupación afecta su proporción de mujeres, debido a la preferencia de los empleadores por los hombres. La segunda, queuing, argumenta que la proporción de mujeres en una ocupación afecta la remuneración, debido a la devaluación del trabajo realizado por las mujeres.
En el Perú, las trabajadoras a tiempo completo tienen alrededor de 1,5 veces más probabilidades que los trabajadores varones de ganar menos de dos tercios del salario medio (Figura 1.10). Esta relación es similar a la de la OCDE, pero inferior a la observada en otros países de la región, en particular Costa Rica. Sin embargo, es importante subrayar que la proporción general de trabajadores de bajos ingresos en el Perú es considerablemente más alta que en otros países comparables de la región. Además, dado que una mayor proporción de trabajadores en el Perú trabaja a tiempo parcial, es probable que la proporción general de trabajadores de bajos ingresos sea proporcionalmente más importante.
Existen diversas metodologías para estimar la brecha salarial de género, la diferencia en los ingresos laborales de trabajadores y trabajadoras. Estos van desde la simple comparación entre los salarios medios o medianos de hombres y mujeres hasta enfoques complejos que controlan las características de los trabajadores y sus trabajos que generalmente influyen en el pago, como su nivel de educación y el sector en el que trabajan. Estos diferentes enfoques son considerados como complementarios, en lugar de sustitutos, debido a que fundamentalmente miden cosas diferentes. El enfoque más simple proporciona evidencia sobre cuánto menos dinero gana la trabajadora promedio y, por lo tanto, por ejemplo, el grado de incentivo que tienen las parejas para que el esposo trabaje a tiempo completo en lugar de la esposa. El enfoque más complejo busca resaltar qué parte de la brecha salarial no puede explicarse por las características de los trabajadores y de sus trabajos, señalando así el alcance de la discriminación de las trabajadoras, por ejemplo.2
Según diferentes medidas, las mujeres en el Perú ganan aproximadamente una sexta parte menos que los hombres. En primer lugar, la mediana de las trabajadoras a tiempo completo gana un 17% menos que la mediana de los trabajadores a tiempo completo (Figura 1.11, estimación de la OCDE). Esta diferencia supera la observada en Chile, Colombia y Costa Rica, así como el promedio de la OCDE. En segundo lugar, de acuerdo con un enfoque ajustado por factores que incluye tanto a los trabajadores de tiempo parcial como a los de tiempo completo, la estimación peruana se mantiene en 16% (Figura 1.11, estimación ponderada por factores de la OIT). Para otros países, sin embargo, las dos estimaciones no están tan alineadas. En particular, según la estimación ponderada por factores, la brecha salarial sigue siendo mayor en el Perú que en Costa Rica, pero es menor que en Chile y la región en general.
Factores que ocasionan brechas de género en los resultados
Existen diversas teorías económicas que explican las causas de las brechas de género en los resultados económicos. Las aproximaciones que se enfocan en los factores de capital humano enfatizan las características de los trabajadores y de su trabajo, en particular en el nivel de educación, experiencia laboral y competencias requeridas para asumir labores y responsabilidades específicas. Sin embargo, las características del capital humano por sí mismas difícilmente serán suficientes para capturar la amplia gama de factores que explican las brechas de género. Como se destacó en las secciones anteriores, aunque la educación ciertamente representa un factor importante para explicar los resultados del empleo femenino, también importan otros factores, que se relacionan más intrínsecamente con el hecho de ser mujer (Bertrand, 2020[44]; Ciminelli Gabriele and Schwellnus Cyrille, 2021[45]). De hecho, a pesar de los importantes logros educativos, las mujeres continúan eligiendo opciones educativas que probablemente resulten en menores ingresos en el mercado laboral que los hombres. Una evidencia de esto es la subrepresentación de las mujeres en las disciplinas STEM. Del mismo modo, la maternidad puede llevar a las mujeres a cambiar las decisiones del mercado laboral de manera que alteren permanentemente sus carreras y socaven las perspectivas de ingresos. Además, al lanzar una nueva actividad comercial, es más probable que sea por necesidad, en lugar de responder a una oportunidad empresarial innovadora con potencial para una mayor expansión en el futuro. Gran parte de estos patrones en elecciones, preferencias y oportunidades son endógenos a la presencia de estereotipos complicados sobre competencias, profesiones y roles específicos de género.
Además, la naturaleza de factores tales como la falta de calificaciones, que impiden el acceso a buenas oportunidades laborales, junto con la lucha con problemas personales y sociales, por ejemplo, son típicamente interseccionales. Es decir, tienden a asociarse con otras desventajas, como ser joven, vivir en una zona rural, provenir de un hogar pobre o pertenecer a un grupo de población indígena.
Una manifestación reveladora de estas desventajas interseccionales es la que ofrece Figura 1.12, que representa la comparación internacional de las tasas de mujeres y hombres que no están en el empleo, educación o formación (NEET, por sus siglas en inglés) como porcentaje de la población joven. En el Perú, las mujeres jóvenes tienen 1,7 veces más probabilidades de tener una condición NEET que los hombres jóvenes. Esta brecha considerable se compara con un promedio de toda la OCDE de 1,4 veces, aunque existen variaciones de un país a otro.
Como se ha señalado, las razones detrás de esta situación son múltiples. Se remontan a la asignación tradicional de roles relacionada con el género, según la cual las mujeres realizan la mayor parte del trabajo doméstico no remunerado, el cuidado de los niños y niñas, y otros miembros de la familia. Otras razones reflejan la influencia de factores culturales heredados, estereotipos de género y actitudes y su interacción para influir en las actitudes y comportamientos. Otro impulsor se relaciona con la interacción con el rol de las leyes y las instituciones. Finalmente, el acceso a la infraestructura también importa, con la disponibilidad de instalaciones de atención de calidad y la infraestructura física de apoyo que representa un ejemplo. El resto de esta sección ofrece una revisión de estas fuerzas, que integran el papel que desempeñan los factores del capital humano en la configuración de los resultados económicos de género.
Trabajo no remunerado
Un factor clave que contribuye a la menor participación en la fuerza laboral y la mayor tasa de empleo a tiempo parcial de las mujeres es la mayor cantidad de horas dedicadas a actividades no remuneradas de cuidado y trabajo doméstico. Las mujeres en el Perú dedican 24 horas semanales más a estas tareas que los hombres, lo que corresponde a una brecha un poco más pronunciada que la observada en Chile (23 horas), Colombia (22 horas) y Costa Rica (23 horas), y significativamente más pronunciada que el promedio de los países de la OCDE (15 horas) (Figura 1.13, Panel A). Al mismo tiempo, los hombres peruanos trabajan 21 horas más en trabajo remunerado a la semana que las mujeres, lo que representa una brecha considerable, tanto en comparación con Chile y Costa Rica (15 horas en ambos países) como con el promedio de la OCDE (12 horas).
El patrón según el cual las niñas realizan más trabajo no remunerado y los niños más trabajo remunerado también existe entre adolescentes (Figura 1.13, Panel B). En promedio, las niñas en el Perú dedican al trabajo no remunerado 8 horas semanales más que los niños, las cuales se dedican fundamentalmente a las tareas del hogar. Por el contrario, los niños dedican al trabajo remunerado 6 horas semanales más que las niñas. Como se señaló anteriormente, el trabajo afecta negativamente el desempeño educativo en una evaluación estandarizada en el Perú (Post, 2011[27]). Un estudio basado en 20 países encontró que, independientemente de si es remunerado o no, el trabajo realizado fuera de la escuela afecta negativamente los puntajes de matemáticas, incluso cuando se toman en cuenta los efectos de los recursos familiares y la escuela (Post and Pong, 2009[46]).
El tiempo dedicado al trabajo no remunerado difiere entre grupos socioeconómicos en el Perú:
Entre la población en edad de trabajar, los hombres y mujeres indígenas que crecieron hablando una lengua indígena dedican seis y diez horas adicionales a la semana al trabajo remunerado y no remunerado, respectivamente, en comparación con los que crecieron hablando castellano (Instituto Nacional de Estadística y Informatica, n.d.[47]).
Asimismo, en las zonas rurales, el tiempo dedicado a las actividades domésticas no remuneradas es de seis y 11 horas más que en las zonas urbanas, para hombres y mujeres, respectivamente. La diferencia observada en la carga total de trabajo se vuelve aún más drástica cuando se considera la brecha entre indígenas y no indígenas. Los hombres de las zonas urbanas trabajan un poco más de horas que los hombres de las zonas rurales, mientras que entre las mujeres ocurre lo contrario.
Además, existe evidencia de que la brecha de género en el total de horas de trabajo es mucho mayor para aquellos con menor nivel educativo. Disminuye alrededor de 11 horas entre quienes tienen educación primaria a tres horas entre quienes tienen un título terciario (Figura 1.14). Las mujeres con un título universitario en promedio trabajan 11 horas menos que las mujeres que como máximo terminaron la escuela primaria (Instituto Nacional de Estadística y Informatica, n.d.[47]).
Incluso en países donde las actitudes igualitarias son más frecuentes y donde las brechas en los resultados del mercado laboral de hombres y mujeres jóvenes son mínimas o nulas, la distribución del trabajo remunerado y no remunerado a menudo comienza a divergir cuando las personas se convierten en padres. Las nuevas madres a menudo se quedan en casa inicialmente después del nacimiento y los patrones que surgen durante este tiempo pueden alterar significativamente la división del trabajo dentro de la pareja, volviéndose permanentes a partir de entonces. Sin embargo, el alcance de este cambio dependerá de las actitudes de los padres (ver también la siguiente sección) y sus ingresos laborales relativos (Schober, 2011[48]; Sanchez and Thomson, 1997[49]).
En el Perú, para poco más de un tercio de las parejas con hijos menores de 15 años, ambos padres trabajan a tiempo completo. Otro tercio tiene una persona que trabaja a tiempo completo y otra a tiempo parcial, y la persona que trabaja a tiempo parcial es casi sistemáticamente la mujer Tabla 1.1, Panel A). Es interesante advertir que, la proporción de parejas que se dividen entre el trabajo a tiempo completo y parcial es considerablemente mayor en el Perú que en Chile y Costa Rica y un promedio en 29 países de la OCDE. Las razones detrás de este desequilibrio pueden ser prácticas, por ejemplo, si una madre todavía está amamantando. No obstante, a menudo refleja actitudes culturales, según las cuales los deberes de cuidado y tareas del hogar son “prerrogativas de la mujer”, junto con razones financieras, si la pareja masculina gana más que la pareja femenina.
Por otra parte, la división del trabajo en la que uno de los cónyuges trabaja a tiempo completo y el otro no trabaja nada por remuneración se presenta en menos de una de cada cuatro parejas con hijos en el Perú, lo que está por debajo del promedio de la OCDE, al igual que en Chile y Costa Rica. En el contexto peruano, caracterizado por una alta incidencia de trabajos de baja calidad y mal remunerados, esta actitud puede ser el resultado de una necesidad económica, más que de preferencias. La baja prevalencia de madres solteras que no trabajan (alrededor del 11% en el Perú, en comparación con el 29 35% en los países de comparación y el promedio de la OCDE) parece respaldar esta presunción (Tabla 1.1, Panel B).
Tabla 1.1. Las tasas de empleo de los padres en el Perú son comparativamente altas
A. Distribución (%) de los patrones de empleo en parejas con al menos un hijo de 0 a 14 años |
||||||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|
|
Proporción (%) de hogares de pareja con: |
|||||||
|
Ambos a tiempo completo |
Una pareja a tiempo completo, una pareja a media jornada |
Una pareja a tiempo completo, una pareja no trabaja |
Las dos parejas no trabajan |
Otro |
|||
Chile |
39.0 |
9.6 |
44.5 |
3.0 |
3.9 |
|||
Costa Rica |
21.1 |
12.7 |
36.4 |
1.2 |
28.6 |
|||
Perú |
35.2 |
32.0 |
22.8 |
1.2 |
8.7 |
|||
Media de la OCDE |
45.6 |
16.9 |
25.8 |
3.4 |
8.3 |
|||
B. Distribución (%) de padres solteros con al menos un hijo de 0 a 14 años, por situación laboral (%) |
||||||||
|
Proporción (%) de padres solteros con al menos un hijo: |
|||||||
|
Trabajo a tiempo completo |
Trabajo a media jornada |
Trabajo - no se cuenta con información sobre horario |
No trabaja |
||||
Chile |
57.2 |
13.5 |
0.1 |
29.3 |
||||
Costa Rica |
44.2 |
21.1 |
34.7 |
|||||
Perú |
64.7 |
24.8 |
10.5 |
|||||
Media de la OCDE |
57.3 |
15.5 |
1.0 |
26.1 |
Nota: Los datos corresponden a 2019 excepto Chile (2017) y Perú (2018). Para Chile, la distinción entre trabajo a tiempo parcial y tiempo completo se basa en las horas reales trabajadas en el trabajo principal durante la semana de referencia de la encuesta, en lugar de las horas de trabajo semanales habituales. Para el Perú, las horas de trabajo se imputaron cuando faltaban respuestas. Para Costa Rica, los datos se refieren a la situación laboral de los dos padres en 'hogares de dos padres' o 'familias de pareja' con al menos un hijo de 0 a 14 años, en lugar de a las parejas mismas. Para Costa Rica, los datos cubren hogares donde al menos un niño (de 0 a 14 años) comparte una relación con el “jefe de hogar” informado únicamente. Para obtener más información, consulte la base de datos de la OCDE sobre brechas de Género en América Latina y el Caribe en https://www.oecd.org/latin-america/regional-programme/gender/.
Fuente: OCDE (n.d.[50]), “LMF2.2 Patterns of employment and the distribution of working hours for couples with children” y “LMF2.3 Patterns of employment and the distribution of working hours for single parents ”, OECD Family Database, http://www.oecd.org/social/family/database.htm consultado en marzo de 2022; y estimaciones propias basadas en la INEI (2019[51]), Encuesta Nacional de Hogares.
Estereotipos y actitudes basados en el género
Los estereotipos de género pueden influir en el empleo femenino de múltiples maneras. En igualdad de condiciones, las mujeres que creen que su papel está en el hogar probablemente se sentirán menos inclinadas a buscar empleo fuera (Christiansen et al., 2016[52]). Este efecto de oferta aparece muchas veces agravado por la actitud de los cónyuges, no sólo si no tienen la misma opinión, sino que creen que tienen derecho a imponérsela a las esposas. Además, las opiniones sobre los roles de género en el mercado laboral también pueden influir en la demanda de trabajos femeninos: los empleadores que creen que ciertos trabajos deberían ser para hombres, en lugar de mujeres, tienen menos probabilidades de contratar mujeres o de pagarles el mismo salario. De hecho, en países donde más hombres que mujeres creen que los empleos escasos deberían ir primero a los hombres, la brecha salarial de género tiende a ser mayor (Fortin, 2005[53]). Por otro lado, es probable que el propio empleo de las mujeres tenga efectos de retroalimentación sobre las actitudes de género, cambiándolas con el tiempo (Seguino, 2007[54]).
En el Perú, la proporción de hombres y mujeres cuyas creencias se alinean fuertemente con la división del modelo tradicional “hombre sostén de la familia” - “mujer ama de casa” es menor que la observada en otros países. Durante varias décadas, la encuesta World Value ha analizado estas actitudes solicitando opiniones sobre:
i) El “derecho” de las mujeres a participar en el mercado laboral y en la educación (“Cuando los puestos de trabajo son escasos, los hombres deberían tener más derecho a un trabajo que las mujeres” y “Una educación universitaria es más importante para un joven que para una joven”);
ii) El potencial de liderazgo de ambos géneros (“En general, los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres”) y,
iii) La compatibilidad de ser madre y trabajar (“Cuando una madre trabaja a cambio de un sueldo, los niños sufren”).
La proporción de personas que están de acuerdo con las normas tradicionales mencionadas ha disminuido con el tiempo en muchos países (Seguino, 2007[54]). En el Perú, menos personas apoyan las actitudes conservadoras en comparación con las personas en otros países de América Latina y una selección de países de la OCDE (Figura 1.15). Esta menor prevalencia puede reflejar la mayor participación laboral de las mujeres en el Perú. Una evidencia interesante es que las opiniones de hombres y mujeres parecen estar ampliamente alineadas, mientras que, en casi todas partes, una mayor proporción de hombres está de acuerdo con las declaraciones socialmente conservadoras (Seguino, 2007[54]). Además de influir en la participación en el mercado laboral, las actitudes de género también pueden influir en la división del trabajo remunerado y no remunerado. Un análisis de Ecuador, México y Perú muestra que los países con actitudes más igualitarias tienen menores brechas en las cargas totales de trabajo entre hombres y mujeres (Campaña, Giménez-Nadal and Molina, 2018[55]).
A pesar de estas normas sociales comparativamente más igualitarias, en el Perú, una de cada diez mujeres declara haber sufrido violencia económica durante los 12 meses anteriores. En 2015, el 28,9% de las mujeres mayores de 18 años en el Perú reportaron haber experimentado violencia económica en algún momento de su vida. La violencia económica se define como negarles dinero para los gastos del hogar, quitarles el salario, impedirles saber cuál era el ingreso familiar, prohibirles trabajar y otros actos similares. La evidencia de otros países sugiere que las mujeres que experimentan violencia económica por parte de sus parejas a menudo también experimentan violencia física, siendo este último un tema importante de preocupación en el Perú, particularmente entre las mujeres de ingresos medios bajos, urbanas y con menos educación, y entre aquellas que han sido testigos de o experimentaron violencia doméstica en la infancia (Muller and Paz, 2018[56]).
Más de un tercio y un cuarto de los adultos encuestados coincidieron en que una mujer que sale de casa descuida sus deberes domésticos y que una mujer no debe trabajar si su pareja no quiere, respectivamente. Más de la mitad estuvo de acuerdo en que las mujeres primero debían cumplir con su papel de madre, esposa o ama de casa antes de realizar otras aspiraciones (INEI, 2016[57]). La violencia económica puede hacer que las mujeres sean más reacias a aceptar y conservar un empleo porque la violencia puede aumentar cuando las mujeres tienen un trabajo (Bettio and Ticci, 2017[58]).
Instituciones y leyes
Un análisis de las economías en desarrollo y emergentes sugiere que la igualdad ante la ley, el respeto del derecho a la herencia equitativa y del derecho de las mujeres a ser cabeza de familia están asociados con una disminución de la brecha de género en la participación laboral de alrededor de 4,6 puntos porcentuales (Gonzales et al., 2015[59]). En las últimas tres décadas, el Perú ha logrado grandes avances en la reducción de leyes y reglamentos discriminatorios que pueden limitar la capacidad de las mujeres para elegir cualquier profesión que deseen, iniciar un negocio y recibir un salario equitativo. La adopción de una nueva Constitución en 1993 estableció la igualdad de hombres y mujeres ante la ley y allanó el camino para la eliminación de muchas leyes consuetudinarias que prohibían a las mujeres trabajar fuera del hogar, tener una cuenta bancaria y obtener préstamos, poseer y heredar bienes. Además de la eliminación de las leyes consuetudinarias, el Perú adoptó una serie de políticas nacionales para combatir todas las formas de discriminación por motivos de género. Entre otros, en 2000 Perú introdujo una ley para prohibir la discriminación por motivos de género y en 2007 una ley sobre igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Más recientemente, en 2019 el Estado peruano reafirmó su compromiso de combatir toda forma de discriminación contra las mujeres, fortaleciendo la participación de las mujeres en la vida social y política y garantizando el acceso equitativo a los recursos productivos y al empleo (Política de Estado Nº 11 del Acuerdo Nacional). Diez años después del lanzamiento de estas reformas, la participación de las mujeres en la fuerza laboral aumentó en 15 puntos porcentuales, con efectos beneficiosos para las mujeres de la población indígena y las comunidades rurales (Council on Foreign Relations, 2022[60]).
Recientes encuestas internacionales detectan los avances logrados por el Perú para mejorar el marco normativo contra la discriminación de género. Específicamente, el Índice de Género e Instituciones Sociales (SIGI, por sus siglas en inglés) de la OCDE (OCDE, 2019b) califica el nivel de discriminación de género en las leyes nacionales del Perú como bajo (Tabla 1.2), aunque la discriminación de género persiste en la práctica, en particular con respecto a los derechos de las mujeres a la tierra. Al mismo tiempo, el índice La Mujer, la Empresa y el Derecho del Banco Mundial otorga a Perú una calificación de 95 sobre 100, que es el más alto entre los países de América Latina y cercano al puntaje promedio de la OCDE (Cuadro 1.3). Según opinión de expertos, las mujeres en el Perú tienen los mismos derechos a la movilidad laboral, salarial, empresarial y patrimonial y pensional que los hombres. Los dos componentes importantes para los que el Perú no recibe una puntuación completa son el matrimonio (lo que refleja el hecho de que las mujeres no tienen los mismos derechos legales para volver a casarse que los hombres) y la paternidad (lo que refleja la falta de licencia parental paga obligatoria).
Tabla 1.2. El Índice de Género e Instituciones Sociales de la OCDE sugiere que la discriminación de género en el Perú es comparativamente baja
|
SIGI |
Discriminación en la familia |
Integridad física restringida |
Acceso restringido a recursos productivos y financieros |
Restricción de libertades civiles |
|||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
|
Puntuación |
Cat. |
Puntuación |
Cat. |
Puntuación |
Cat. |
Puntuación |
Cat. |
Puntuación |
Cat. |
Colombia |
15 |
Muy baja |
9.6 |
Muy baja |
14.9 |
Baja |
14.5 |
Baja |
20.6 |
Baja |
Perú |
24.5 |
Baja |
47.7 |
Media |
26.6 |
Media |
5.5 |
Muy baja |
12.9 |
Baja |
Costa Rica |
27.9 |
Baja |
45.7 |
Media |
24.8 |
Baja |
27.5 |
Media |
10.5 |
Baja |
Chile |
36.1 |
Media |
36.4 |
Media |
18.8 |
Baja |
64.8 |
Alta |
16.6 |
Baja |
América Latina |
25.4 |
31.2 |
21.8 |
22.9 |
20.2 |
|||||
OCDE |
17.2 |
25.1 |
12.6 |
13.4 |
17.3 |
Nota: Los promedios de América Latina y de la OCDE son medias no ponderadas. El promedio de América Latina y el Caribe del SIGI se basa en Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Haití, Guatemala, Jamaica, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Trinidad y Tobago y Uruguay. El indicador de discriminación en la familia se basa, además, en Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Cuba, Dominica, Granada, Guyana, Argentina, Panamá y Venezuela (estos tres últimos también para las dimensiones de recursos productivos y financieros y libertades civiles). https://www.oecd.org/latin-america/regional-programme/gender/.
Fuente: OCDE (2020[61]), Reporte Regional para América Latina y el Caribe SIGI 2020, https://dx.doi.org/10.1787/cb7d45d1-en.
Tabla 1.3. El Perú obtiene alto puntaje en el Índice de La Mujer, la Empresa y el Derecho del Banco Mundial
|
ÍNDICE WBL |
Movilidad |
Lugar de trabajo |
Remuneración |
Matrimonio |
Paternidad |
Iniciativa empresarial |
Activos |
Pensión |
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Chile |
80 |
100 |
75 |
75 |
80 |
100 |
75 |
60 |
75 |
Colombia |
82 |
100 |
100 |
50 |
100 |
80 |
75 |
100 |
50 |
Costa Rica |
83 |
100 |
100 |
50 |
100 |
40 |
75 |
100 |
100 |
Perú |
95 |
100 |
100 |
100 |
80 |
80 |
100 |
100 |
100 |
LAC |
86 |
100 |
95 |
75 |
93 |
69 |
84 |
96 |
77 |
OCDE |
94 |
100 |
98 |
88 |
96 |
89 |
95 |
99 |
86 |
Nota: Los promedios de ALC y la OCDE no están ponderados. Para el índice, se puntúan 35 preguntas en los ocho indicadores en base a las leyes y reglamentos en vigor al momento de la elaboración del índice. Las puntuaciones globales se calcularon tomando la media de cada
indicador, donde 100 representa la máxima puntuación posible. Para obtener más información, consulte la base de datos de la OCDE sobre brechas de Género en América Latina y el Caribe en https://www.oecd.org/latin-america/regional-programme/gender.
Fuente: Banco Mundial (2021[62]), Datos sobre la Mujer, la Empresa y el Derecho 1970-2021.
Cuidados e infraestructura física
Un factor adicional que puede contribuir a las diferencias en los resultados económicos entre hombres y mujeres es el acceso a la infraestructura física y social y, en relación con ello, la disponibilidad de tecnología doméstica que ahorre el trabajo manual. Por un lado, la disponibilidad de transportes locales fiables y asequibles, instalaciones para el cuidado de niños, niñas y ancianos, junto con electricidad y agua corriente, determinan cuántas horas deben dedicar los miembros adultos del hogar a desplazarse, cuidar a los niños, cocinar y limpiar y, por tanto, cuántas horas que pueden dedicar al trabajo remunerado. Como se discutió, considerando los estereotipos de género predominantes y las brechas salariales de género, las mujeres generalmente terminan haciendo una parte desproporcionada del trabajo no remunerado en el hogar. Por otra parte, el acceso a infraestructura pública influye en la seguridad que sienten las personas y, por tanto, en su percepción sobre las actividades que pueden realizar. Por ejemplo, si las niñas y las mujeres tienen que caminar por zonas mal iluminadas para ir a la escuela o al trabajo o si el acoso sexual es habitual en el transporte público, evitarán salir o tomar el autobús cuando está oscuro. Esto puede limitar la gama de opciones educativas y económicas que se les ofrecen.
Aunque la infraestructura juega un papel importante para facilitar la participación activa de las mujeres en el mercado laboral y la vida pública en general, es probable que varíe mucho según el área geográfica, así como según los niveles de ingresos de los hogares. Los hogares acomodados suelen vivir en zonas en las que hay diferentes tipos de infraestructuras y de mejor calidad. Además, incluso si ciertas infraestructuras no están disponibles en estas áreas, los ciudadanos más acomodados pueden compensar más fácilmente esta ausencia. Por ejemplo, en lugar de utilizar el transporte público, las mujeres con altos ingresos optarán por conducir un vehículo y en lugar de enviar a sus hijos a una guardería pública, contratarán a una niñera o pagarán una guardería privada.
Tener acceso a cuidado infantil formal o informal asequible y de calidad actúa como un factor decisivo para que las mujeres puedan aumentar su participación en el mercado laboral (Mateo Díaz and Rodriguez-Chamussy, 2016[63]). En el Perú, la educación preescolar para niños y niñas de tres a cinco años es obligatoria. En consecuencia, nueve de cada diez niños pequeños se inscriben en guarderías (Figura 1.16). Sin embargo, sigue sin conocerse la proporción de niños más pequeños que se encuentran bajo cuidado formal fuera del hogar. Además del cuidado de los niños y niñas, muchas personas, y en particular las mujeres de mediana edad también tienen que cuidar a sus familiares mayores. En comparación con el cuidado de niñas y niños, el cuidado de las personas mayores puede ser aún más problemático de planificar, lo que aumenta la dificultad de combinar el cuidado y el trabajo (Laczko and Noden, 2007[64]). El estado actual del sistema de cuidados peruano y las sugerencias para futuras mejoras se abordan en el siguiente capítulo sobre las políticas para apoyar la distribución equitativa del trabajo remunerado y no remunerado.
Los desplazamientos largos y onerosos afectan negativamente al bienestar y oportunidades económicas de hombres y mujeres por igual. Sin embargo, es importante tener en cuenta que las necesidades de transporte de las mujeres en promedio difieren de las de los hombres. En muchos países, los hombres tienden a pasar más tiempo yendo y viniendo del trabajo. Las mujeres realizan con mayor frecuencia viajes cortos o de varias paradas que consisten en dejar a un niño en la escuela antes del trabajo, por ejemplo, y detenerse en el mercado de camino a casa desde el trabajo. Es más probable que caminen y tomen el transporte público y es menos probable que conduzcan (Duchène, 2011[65]). Estos patrones también caracterizan a diferentes ciudades de América Latina, incluyendo Lima (Dominguez Gonzalez et al., 2020[66]). Las mujeres que necesitan desplazarse regularmente entre diferentes zonas de la periferia generalmente carecen de acceso al servicio, lo que refleja la incapacidad del sistema para transportar pasajeros desde la periferia hacia el centro.
Incluso si hay opciones de transporte disponibles, las mujeres pueden ser reacias a tomarlas si temen ser víctimas de robo, acosadas sexualmente o atacadas de otro modo. Una encuesta realizada en 2014 en 15 de las 20 capitales más grandes del mundo reveló que las mujeres de las ciudades de América Latina se sienten más inseguras (en particular en Bogotá, seguida de Ciudad de México y Lima) (Boros, 2014[67]). Dado que las condiciones de seguridad percibidas afectan las opciones de transporte de las mujeres, en Lima, por ejemplo, como en otras ciudades de América Latina, las mujeres a menudo informaron que prefieren usar minibuses que otros medios de transporte público, a pesar de que son más caros y lentos en comparación con el metro. La razón declarada fue que tienen un asiento individual en el minibús, lo que las hace sentir más seguras frente al acoso. Las mujeres que toman los autobuses suelen esperar a los menos concurridos. La falta de seguridad también surge por tener que caminar por veredas mal mantenidas e iluminadas y tener que esperar mucho tiempo en las paradas de autobús en lugares aislados (Dominguez Gonzalez et al., 2020[66]).
Finalmente, la cantidad de trabajo requerida para mantener un hogar en buenas condiciones y las horas disponibles para otras actividades también depende del acceso a la electricidad y tecnología que ahorre mano de obra. Electrodomésticos como la lavadora han reducido enormemente el esfuerzo físico y el tiempo necesario para lavar la ropa, limpiar el hogar y cocinar. Los efectos de ahorro de tiempo de los electrodomésticos son tan masivos que algunos economistas creen que han cambiado el mundo más que la Internet (Chang, 2012[68]). En el Perú, en el año 2018, el 95,2% de los hogares tenía acceso a la electricidad, muy por encima del 72,5% en 2000 y el 88,1% en 2010. Sin embargo, en las zonas rurales, casi uno de cada cinco aún no tiene acceso. En Chile, Costa Rica y Colombia, por el contrario, el acceso es casi universal, mientras que el acceso promedio en América Latina es del 98,3% (World Bank, 2022[69]). El acceso a la electricidad no implica necesariamente la posesión de electrodomésticos que ahorran trabajo: en 2017, el 49% tenía refrigerador o congelador y el 30,3% tenía lavadora. En las zonas rurales, solo el 7,7% tenía refrigerador y el 1,5% tenía lavadora (INEI, 2018[70]). Aun así, algunos habitantes urbanos sin lavadora pueden acceder a las lavanderías, lo que es poco probable que sea el caso en las zonas rurales o en las zonas urbanas pobres. En muchos hogares, las personas necesitan pasar mucho más tiempo comprando (debido a que no pueden mantener los alimentos frescos durante mucho tiempo), lavando, cocinando y limpiando de lo que tendrían que hacerlo si tuvieran electrodomésticos.
Referencias
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Notas
← 1. Una posible explicación de la discrepancia entre la tasa de matrícula y la proporción de niños sin trabajo es que una mayor proporción de niños que tienen la edad teórica para estar en la escuela secundaria superior todavía están en la escuela secundaria inferior, por lo que no contribuyen a una tasa neta de matrícula secundaria superior más alta, pero no estar entre los niños que no asisten a la escuela
← 2. Una brecha de género ajustada que controla demasiadas variables puede ocultar otras desventajas sistemáticas que enfrentan las mujeres. Por ejemplo, el pago puede diferir entre sectores. El sector puede estar controlado pero las mujeres siguen enfrentando desventajas al contratar en este sector, la brecha salarial subestima la desventaja salarial que enfrentan las mujeres.