La actividad económica del Caribe se ha visto golpeada por varias perturbaciones externas (CEPAL, 2020[2]). En primer lugar, un descenso de la actividad económica de los principales socios comerciales de la región y una contracción del comercio internacional (Capítulo 1). En segundo lugar, la evolución de los precios de los productos básicos (Capítulo 1). Los países caribeños (excepto Trinidad y Tobago) se han beneficiado de caídas temporales en los precios de la energía y los productos agrícolas. En consecuencia, la mayoría de los países de esta subregión han podido amortiguar los impactos recibidos a través de otros canales. Sin embargo, los precios de los productos básicos han recuperado los niveles previos a la crisis —e incluso los han superado—, por lo que se ha reducido toda ventaja posible. En tercer lugar, han descendido las remesas. La zona euro y los Estados Unidos son los destinos principales de los migrantes del Caribe. Las economías de esta subregión más afectadas por el descenso de las remesas han sido Haití, país en el que representan un 33% del PIB; Jamaica, donde representan un 16%, y San Vicente y las Granadinas, Dominica y la República Dominicana, donde las remesas representan entre un 5% y un 10% del PIB. En cuarto lugar, se ha reducido la demanda de servicios de turismo y la actividad turística podría tardar varios años en recuperar los niveles de 2019. A corto plazo, se observa una recuperación gradual conforme se reabren las fronteras, pero el tráfico será muy inferior al registrado antes de la pandemia. Además, estará el temor a la posibilidad de contagiarse durante el viaje, acompañado de la incertidumbre sobre la capacidad hospitalaria de los países de destino y nuevos cierres de fronteras, todo lo cual podría motivar que los turistas pospusiesen sus viajes.
La pandemia está teniendo un impacto negativo en sectores clave de la economía caribeña (CEPAL, 2021[3]), entre ellos el turismo, la aviación, la hostelería, la restauración, el ocio y el comercio, aunque es menor en el caso de los supermercados, las farmacias y otros servicios considerados “esenciales” en el ámbito nacional. Los sectores de productos no esenciales también enfrentan problemas derivados de las medidas de confinamiento, que comportaron la suspensión de sus actividades. Los ingresos de las empresas han descendido considerablemente, lo que ha dificultado su acceso al crédito y, en muchos casos, ha provocado cierres definitivos. En algunos países, la construcción también se ha visto resentida por los paros y por la considerable incertidumbre respecto a nuevos proyectos (CEPAL, 2021[3]).
Se prevé que la crisis económica aumente la desigualdad de ingresos en todos los países del Caribe. Habida cuenta de los escasos datos disponibles en esta subregión, solo hay estimaciones sobre la repercusión de la pandemia en la pobreza y la distribución de ingresos relativos a la República Dominicana. En ese país, con respecto a 2020, se calcula que la pobreza aumentó 4.4 puntos porcentuales, la pobreza extrema 2.2 puntos porcentuales y el índice de Gini entre un 3% y un 3.9%. Además de la desigualdad en los ingresos, el COVID-19 ha agravado otras vulnerabilidades y desigualdades del Caribe, incluido el acceso a tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC); el acceso a servicios educativos; la inseguridad alimentaria; y la vulnerabilidad de las mujeres y las niñas, con un importante aumento de la violencia de género.
De cara al futuro, sigue existiendo incertidumbre respecto a la recuperación debido a factores internos y externos. La dinámica del crecimiento a partir de 2021 dependerá en buena medida del avance de los procesos de vacunación dentro de la subregión, así como en los principales países asociados, y de la capacidad de las diferentes naciones caribeñas para corregir los problemas estructurales que subyacen a la senda de crecimiento lento en la que se encontraban antes de la pandemia (CEPAL, 2021[4]).
Los gobiernos deben hacer frente al tremendo desafío que supone impulsar la recuperación en un contexto de escaso margen fiscal y con grandes desafíos estructurales, como los bajos niveles de recaudación de impuestos y los elevados niveles de deuda pública. Aunque con una enorme heterogeneidad, en todas las economías del Caribe las balanzas fiscales (y balanzas primarias) empeoraron en 2020. Por ejemplo, en Belice el déficit fiscal global se deterioró, al pasar del -3.5% del PIB en 2019 al -11.4% en 2020. A menor escala, el déficit fiscal global de Surinam pasó del -9.8% del PIB en 2019 al -10% en 2020. Las balanzas primarias también empeoraron en la mayoría de las economías, salvo en Barbados y Jamaica. El aumento del déficit primario y la caída del PIB agravaron además la dinámica negativa de la deuda (CEPAL, 2021[5]).
Como consecuencia de la pandemia, se produjo un considerable aumento de los niveles de deuda en el Caribe, que es una de las regiones más endeudadas del mundo. De los siete países sobre los que había datos disponibles, tres tenían una relación deuda-PIB superior al 100% al cierre de 2020, a saber, Barbados (144%), Belice (131%) y Jamaica (103%) (Gráfico 6.2). El aumento de la deuda en 2020 varió en función del país, ya que en economías como Barbados y Belice, la deuda se incrementó en más de 25 puntos porcentuales del PIB, mientras que en Trinidad y Tobago y la Guyana, en menos de 10 puntos porcentuales (CEPAL, 2021[5]).
La deuda ya suponía un problema central en la región caribeña antes de la pandemia. Las dificultades políticas y el derroche fiscal no han sido los causantes de la acumulación de deuda de esta subregión, sino que más bien han sido resultado del impacto de perturbaciones económicas externas negativas, sucesos extremos y problemas originados por el cambio climático (CEPAL, 2020[11]). El gran endeudamiento se ha traducido en un elevado servicio de la deuda que consume una parte importante de los ingresos tributarios. Durante el período comprendido entre 2009 y 2018, el servicio de la deuda promedio, como porcentaje de los ingresos públicos, superó el 40% en tres países del Caribe: Antigua y Barbuda, Barbados y Jamaica. En Jamaica, el porcentaje promedio fue elevado, del 68%. En las Bahamas, Granada, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas, este indicador se situó entre el 20% y el 40% (Bárcena, 2020[7]). Esta coyuntura fiscal supuso que los países tuviesen muy poco margen para compensar cualquier impacto negativo, como las catástrofes naturales, que son frecuentes en el Caribe.