Si bien el virus COVID-19 ha afectado particularmente a Perú, que registró 1,4 millones de casos confirmados hasta marzo de 2021, la pandemia ha puesto de relieve la importancia del agua y el saneamiento para la salud, el medio ambiente y la economía. Perú ha pagado un alto precio por la salud en la pandemia al convertirse en el quinto país más afectado en la región de ALC, con alrededor de 45.000 muertes a la fecha. En el frente económico, en el primer semestre de 2020, el Producto Bruto Interno (PBI) disminuyó un 11,4%. Las proyecciones muestran que el PBI no volverá a los niveles previos a la crisis antes de 2022, y el crecimiento agregado seguirá siendo impulsado por sectores intensivos en agua, como la agricultura. En cuanto al medio ambiente, las altas precipitaciones en determinadas zonas y los sistemas de drenaje inadecuados han creado un doble riesgo para la salud, con el desborde e inundación de aguas residuales sin tratar, que a su vez impiden contar con condiciones de higiene adecuadas para prevenir la propagación del virus.
Si bien Perú ha avanzado significativamente en la gestión del agua, subsisten importantes desafíos en materia de seguridad hídrica relacionados con inundaciones, sequías, contaminación y acceso universal al agua potable y el saneamiento. Perú actualmente no está en vías de alcanzar las metas del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 6 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) “Agua limpia y saneamiento” para 2030. Según los datos más recientes (2017) del sistema de monitoreo de ONU-Agua, solo el 50% de la población tiene acceso a un servicio de agua potable gestionado de forma segura (indicador 6.1.1 de los ODS) y solo el 43% utiliza un servicio de saneamiento gestionado de forma segura (indicador 6.2.1a de los ODS). En general, tres millones de peruanos (9,2% de la población) carecen de acceso a servicios de agua y 8,2 millones (25,2%) carecen de acceso a servicios de alcantarillado, además de existir una amplia brecha urbano-rural. Entre 2000 y 2020, las inundaciones afectaron a aproximadamente cuatro millones de personas, y entre 1981 y 2018 se registraron 10 sequías moderadas a extremas en 20 departamentos. La gestión inadecuada de los residuos sólidos y la minería informal e ilegal también afectan la calidad del agua, causando graves problemas de salud pública y conflictos sociales, incluso con comunidades indígenas.
Como respuesta a estos desafíos, la Política Nacional de Saneamiento 2017-2021 estableció como objetivo lograr el acceso universal y sostenible al agua y al saneamiento, teniendo como metas específicas ampliar la cobertura, mejorar la calidad del agua y promover el uso sostenible de los servicios de saneamiento. Además, la Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC, Nationally Determined Contribution) de Perú tiene como objetivo lograr los objetivos del Acuerdo de París de la CMNUCC para 2025 y 2030 mediante 30 medidas de adaptación relacionadas con el agua, en cuya implementación compartirán responsabilidades los gobiernos regionales y locales. Estas medidas incluyen la modernización del otorgamiento de derechos de uso del agua en cuencas especialmente vulnerables al cambio climático, la incorporación de escenarios climáticos y la implementación de sistemas de alerta temprana para inundaciones, sequías, deslizamientos de tierra y riesgos relacionados con glaciares.
Durante la última década, Perú ha consolidado su marco legal e institucional de políticas hídricas, pero las brechas de gobernanza obstaculizan su efectiva implementación. La Política de Estado 33/2012 sobre Recursos Hídricos reconoce que el agua es un bien de dominio público y reconoce el derecho humano al agua y al saneamiento, en observancia de las Declaraciones de la Asamblea General de la ONU de 2010 y 2015. También destaca la relevancia de implementar una gestión integral de los recursos hídricos para garantizar el uso equitativo y sostenible del agua a nivel nacional. La Ley de Recursos Hídricos de 2009 establece el marco legal e institucional para la gestión de los recursos hídricos. Un gran número de instituciones tienen prerrogativas respecto del diseño, financiamiento, regulación e implementación de políticas de agua y saneamiento. Sin embargo, la falta de coordinación y las brechas de capacidades en estas diversas instituciones impiden la puesta en práctica de soluciones sociales, financieras y tecnológicas para enfrentar los desafíos identificados en relación con el agua.
Perú ha adoptado diversos instrumentos económicos y financieros para la gestión de los recursos hídricos, pero su implementación es lenta. Por ejemplo, las buenas prácticas incluyen la implementación gradual de cobros por extracción y pago por el uso de agua subterránea, con debida consideración de algunos criterios ambientales; el cobro por descarga de aguas residuales tratadas de origen doméstico e industrial, así como coeficientes que reflejen la disponibilidad de agua y el tipo de uso que se da a las aguas superficiales. Sin embargo, estos cobros no alcanzan para recaudar los ingresos necesarios para cerrar la brecha actual de financiamiento hasta 2035, ascendente a 46 millones de dólares. Para lograr este objetivo, sería necesario divulgar más sistemáticamente cómo se utilizan los ingresos recaudados y cómo contribuyen a hacer frente a los desafíos relacionados con la cantidad y calidad del agua, teniendo siempre en cuenta la asequibilidad y los efectos distributivos.
Si bien los temas referidos al agua ocupan un lugar destacado en la agenda de políticas de Perú, existen significativos problemas de gobernanza que han puesto en peligro la continuidad y ejecución de las políticas. Desde 2018, Perú ha enfrentado desafíos políticos que se remontan en gran medida al escándalo de Odebrecht de 2016. Desde entonces, la presidencia del país ha cambiado cuatro veces. La inestabilidad política a nivel nacional ha traído graves consecuencias para el agua y el saneamiento. En el mismo período, se nombró cuatro ministros del ambiente y tuvo lugar una rotación de personal en la administración pública, lo que derivó en cambios de prioridades y asignaciones presupuestales, agravados por la pandemia de COVID-19.
El objetivo principal de una buena gobernanza del agua es contribuir a dominar la complejidad y la fragmentación de las políticas de los recursos hídricos, lo que implica coordinar políticas sectoriales, mejorar las bases de datos y conocimientos, aportar mecanismos de financiación innovadores, equilibrar las alternativas entre los usuarios del agua, revisar los enfoques de las políticas relacionadas con la eficiencia del uso del agua, diversificar las fuentes de suministro de agua y las infraestructuras naturales, y desarrollar capacidades. El fortalecimiento de la gobernanza del agua en Perú es un medio para lograr la seguridad hídrica a largo plazo y alinear el comportamiento de los usuarios individuales y la acción colectiva. En función de los Principios de Gobernanza del Agua de la OCDE, este informe plantea una serie de recomendaciones de políticas adaptadas para fortalecer la gobernanza multinivel de la política de los recursos hídricos, la efectividad de los instrumentos económicos y el marco regulatorio para los servicios de abastecimiento de agua y saneamiento en Perú.