La integridad es más que una elección racional contra la corrupción. Esencialmente, promover la integridad es alentar un comportamiento en aras del interés público por encima del comportamiento autocomplaciente de prácticas corruptas y carentes de ética. Sin embargo, el comportamiento humano es, a menudo, una dimensión descuidada en la formulación de políticas de integridad. Los esfuerzos para prevenir la corrupción todavía se fundamentan ampliamente en un modelo racional de toma de decisiones. Tal enfoque enfatiza usualmente la importancia de incrementar los costos y disminuir los beneficios de un comportamiento indeseado. De ello se derivan recomendaciones de normativa común que incluyen control y sanciones, así como la reducción de la discrecionalidad de quienes toman las decisiones, con el fin de restringir las posibilidades de conductas indebidas. En ocasiones, esto ha llevado a una regulación excesiva, al establecimiento de controles paralizantes y a la desconfianza en la administración pública.
Las políticas de integridad han pasado de enfocarse estrictamente en disuadir y hacer cumplir, a promover decisiones basadas en valores en el sector público y en la sociedad. Un sistema de integridad pública, tal como lo reconoce la Recomendación del Consejo de la OCDE sobre Integridad Pública, 2017, es el cimiento de la confianza en gobiernos, instituciones y sociedad en general. Con Percepciones conductuales para la integridad pública, la OCDE encabeza un enfoque de la integridad pública centrado en el ser humano.
Evidencia surgida de las ciencias del comportamiento destaca los factores sociales y psicológicos que influyen en el comportamiento. El Premio Nobel de Ciencias Económicas 2017, otorgado a Richard Thaler, es un reconocimiento a las políticas inspiradas en el comportamiento, como los “empujones”: volver sutilmente más viable una opción sin limitar las otras opciones de quien toma la decisión. En el transcurso de las últimas dos décadas, un creciente conjunto de evidencia experimental, en el laboratorio y en el campo ha arrojado alguna luz sobre el funcionamiento de las redes corruptas, la manera en que los individuos se ven tentados de beneficiarse de la corrupción y cómo reaccionan a los incentivos provistos por las medidas anticorrupción. La investigación conductual ha generado un caudal de conocimientos que los responsables políticos pueden aprovechar para desarrollar políticas de integridad innovadoras y bien enfocadas.
Este informe es la primera revisión exhaustiva de diferentes ramas de las ciencias del comportamiento para identificar enseñanzas prácticas beneficiosas para las políticas de integridad. Responde a preguntas como: ¿cuáles son los determinantes de una decisión moral?, ¿cuándo están las personas conscientes de un dilema ético?, ¿cómo se infunde la confianza? y ¿por qué las personas pierden confianza en la integridad de alguien? Percepciones conductuales para la integridad pública guía a los encargados de formular políticas en la construcción de sistemas de integridad en los que no se pase por alto la responsabilidad moral. Contiene recomendaciones concretas sobre cómo incorporar percepciones conductuales en las políticas de integridad modernas. Al mismo tiempo, destaca los aspectos de las estrategias anticorrupción que podrían convertirse en trampas de comportamiento, como depender del cumplimiento estricto o el uso de la transparencia como una panacea. Las percepciones conductuales pueden enriquecer las políticas de integridad al volverlas no solo más eficaces y eficientes, sino también más humanas.