Las enfermedades cardíacas isquémicas y los ataques cerebrovasculares (ACV) fueron dos de las principales causas de muerte en LAC en 2017, ya que representan el 78% de todas las defunciones por enfermedades cardiovasculares (ECV), muy similar al 77% de los países de la OCDE (ver el Capítulo 3, "Mortalidad por enfermedades cardiovasculares"). Además, ambas están asociadas a grandes costos sanitarios, económicos, sociales y no financieros, debido a las persistentes discapacidades que sufren muchos sobrevivientes. El tratamiento tras un infarto agudo al miocardio (IAM) y un ACV ha avanzado mucho en la última década. La introducción y diseminación de nuevas tecnologías, entre ellas los medicamentos para reducir el colesterol y la presión arterial, la trombolísis y la angioplastia, en los últimos decenios han tenido un efecto notable en la calidad de la atención cardiovascular (OCDE, 2015[4]).
La tasa de letalidad es una medida útil de los cuidados agudos del IAM como para el ACV. Refleja los procesos de atención, como las intervenciones médicas eficaces, entre ellas la trombólisis temprana, la angioplastia o el tratamiento con aspirina cuando sea pertinente, y el transporte coordinado y oportuno de los pacientes, pero también pueden verse influidos por características individuales como la gravedad del IAM y del ACV. En el caso del IAM, las tasas de letalidad hospitalaria estandarizadas por edad y sexo en los 30 días posteriores al ingreso se registraron más bajas en Costa Rica (0,3%), mientras que las tasas más altas se observan en México (28,1%), muy superiores al promedio OCDE (6,9%) (Figura 7.4).
En cuanto a los ACV isquémicos, las tasas de letalidad más bajas se registraron en Costa Rica (2,7%), el único país por debajo del promedio de la OCDE (7,7%). México reportó la tasa más alta de 19,2%, mientras que Uruguay y Chile también estuvieron por encima del promedio de la OCDE (Figura 7.5).
Las tasas de letalidad de los ACV hemorrágicos son mucho más altas que las de los ACV isquémicos, y los países que alcanzan una mejor supervivencia para un tipo de ACV también tienden a tener buenos resultados en el otro. Una vez más, las tasas de fatalidad más bajas de ACV hemorrágicos se reportaron en Costa Rica (1,6%) mientras que México y Uruguay registraron las tasas más altas: 29,9% y 30,5%, respectivamente (Figura 7.6). Chile, con una tasa de letalidad del 21,3%, estaba justo por debajo de la media del 24% de los países de la OCDE.
Dado que muy pocos países de la región pueden registrar este tipo de datos sobre la calidad de la atención, se pueden realizar esfuerzos para desarrollar la infraestructura de sus sistemas de información en salud, junto con la creación de capacidades para producir y utilizar la información. En lo que respecta a las políticas, si bien la promoción de estilos de vida más saludables para reducir la carga de las ECV es una prioridad, también se puede procurar mejorar la atención a los pacientes con ECV. Por ejemplo, garantizar que la atención primaria sea financieramente accesible para todos y que se cierre la brecha entre la atención recomendada y los servicios ofrecidos en la práctica, al tiempo que es fundamental mejorar la rendición de cuentas y la transparencia de los resultados de la atención primaria. Además, el establecimiento de un marco nacional para mejorar la calidad de la atención de las ECV agudas y de normas nacionales para la medición y la mejora continua de la calidad de los servicios de emergencia y de la atención prestada en los hospitales puede contribuir a abordar la complejidad del tratamiento de las ECV (OCDE, 2015[4]).