La mortalidad infantil, es decir, las muertes de menores de un año, refleja el efecto de las condiciones económicas, sociales y ambientales en la salud de las madres y los bebés, así como la efectividad de los sistemas de salud. Factores como el nivel educacional de la madre, la calidad de la atención prenatal y del parto, el nacimiento prematuro, el peso al nacer, la atención inmediata al recién nacido y la alimentación del infante son determinantes fundamentales de la mortalidad infantil (ver las secciones "Nacimiento prematuro y bajo peso al nacer" y "Embarazo y nacimiento" del Capítulo 4). La diarrea, la neumonía, las infecciones y la desnutrición siguen figurando entre las principales causas de muerte tanto de madres como de bebés (ver las secciones "Desnutrición infantil" y "Sobrepeso u obesidad en adultos" del Capítulo 4). En la región de LAC, alrededor de un tercio de las muertes en el primer año de vida ocurren en el período neonatal (primeras cuatro semanas de vida o los días 0 al 27) (Black et al., 2016[3]).
En el 2017, el promedio de mortalidad infantil en LAC era de 15,7 muertes por cada 1.000 nacidos vivos. La mortalidad infantil fue menor en países como Cuba, Antigua y Barbuda, Bahamas y Chile (menos de 7 muertes por cada 1.000 nacidos vivos), mientras que fue mayor en Guyana, Bolivia y sobre todo Haití (26, 28 y 54 por cada 1.000 nacidos vivos, respectivamente).
Entre el 2000 y el 2017, la tasa promedio de mortalidad infantil ha disminuido en un 35% en LAC, donde la mayoría de los países registran descensos entre el 25% y el 45% (Figura 3.4). Antigua y Barbuda, Bahamas, Brasil y Perú registraron caídas superiores al 55%. Tanto Granada como Venezuela experimentaron aumentos en la tasa de mortalidad infantil, en particular esta última, con un incremento de casi el 40%.
Entre los principales determinantes de las tasas de mortalidad infantil están el nivel de ingresos y el nivel educativo de la madre. Por ejemplo, en Colombia, la mortalidad infantil es más de 4 veces mayor en el quintil más pobre que en el quintil más rico, y casi 5 veces mayor cuando las madres tienen un escaso nivel de escolaridad que cuando tienen un nivel superior. La ubicación geográfica (urbana o rural) es otro determinante de la mortalidad infantil en la región, aunque menos importante en comparación con los ingresos o la escolaridad de la madre. Por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil en las zonas rurales del Perú llega a 25 muertes por cada 1.000 nacidos vivos, en comparación con 16 muertes por cada 1.000 nacidos vivos que se registran en las zonas urbanas (Figura 3.5).
Es posible reducir la mortalidad infantil mediante intervenciones apropiadas y de bajo costo. Entre ellas figuran el contacto inmediato piel a piel entre la madre y recién nacido después del parto, inicio temprano de amamantamiento, lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida, el método madre canguro para los bebés que pesen 2.000 gramos o menos. El cuidado postnatal de las madres y los recién nacidos en las primeras 48 horas de vida, el baño retrasado hasta después de 24 horas de parto y el tratamiento del cordón umbilical del bebé son elementos importantes para reducir la mortalidad infantil. La gestión y el tratamiento de las infecciones neonatales, la neumonía, la diarrea y la malaria también resultan fundamentales. La terapia de rehidratación oral es un medio barato y eficaz para contrarrestar los efectos debilitantes de la diarrea, y los países también podrían llevar a cabo intervenciones de salud pública como la vacunación y servicios óptimos de agua potable y saneamiento (ver el indicador "Agua y saneamiento" en el Capítulo 4 y "Programas de vacunación infantil" en el Capítulo 7). La reducción de la mortalidad infantil exigirá garantizar que todos los segmentos de la población se beneficien de dichas mejoras (Gordillo-Tobar, Quinlan-Davidson and Mills, 2017[4]).